El bajista de los ingleses nunca quiso añadir tinta a su piel… por un curioso motivo
Geezer Butler, como miembro original de Black Sabbath, ha llegado a hacer cosas que ningún ser humano en su sano juicio debería experimentar. A lo largo de los años, todas estas historias han sido recopiladas en lo que ahora se ha titulado ‘Into The Void – From Birth to Black Sabbath – and Beyond’, su autobiografía recién publicada.
Curiosamente, pese a todas las locuras que Butler ha hecho a lo largo de su vida, aún está pendiente una de las más triviales -incluso tribales, llegado el caso-, hacerse un tatuaje. En su libro, el artista explica el motivo de nunca haber querido marcarse.
Pero pongámonos en contexto. Geezer nació, el más joven de siete, de dos inmigrantes irlandeses, James y Mar Butler, en verano de 1949. El padre de Geezer, nacido en Dublín, se unió al ejército a los 18 años, luchando durante la Segunda Guerra Mundial. La ciudad natal del bajista, Birmingham, de carácter industrial, fue bombardeada con contundencia por parte de los nazis.
Su hermano Peter, nacido durante la guerra, se fascinó con los nazis y Hitler durante su adolescencia, lo cual le llegó a coleccionar varios objetos del régimen, incluyendo un vinilo con discursos del terrible dictador, el cual escuchaba en secreto en su cuarto.
Con solo 16 años, consumido por el fanatismo, Peter decidió ir a un salón de tatuajes para marcarse una esvástica con una espada cruzada en su antebrazo. Teniendo en cuenta todo lo que había visto en la guerra, el padre del chaval no quedó en absoluto contento.
«Papá se volvió loco cuando lo vio«, recuerda Geezer. «El tatuaje se infectó, lo que le vino bien a Peter. Y cuando se recuperó de la fiebre, papá le obligó a volver al salón para que se lo cambiaran por algo menos ofensivo. Acabó con unas rosas, con ‘MAMÁ’ escrito debajo».
«Afortunadamente«, continúa Geezer, «una vez que descubrió a las chicas, Hitler y los nazis pasaron a la historia, y yo nunca he querido un tatuaje por lo que le pasó a él».
Después de esa experiencia, es totalmente razonable que Butler nunca haya querido pasar por la aguja de un tatuador.
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